No existe un
modo más rápido de lanzarte al abismo que menospreciar la inteligencia de tus
adversarios, que es lo que hizo Tsipras al enrocarse frente al jaque europeo
con un referéndum.
Como ya hemos
adelantado aquí varias veces, Europa le va a permitir pocas alegrías a Syriza,
decididos a vacunarse en carnes helenas contra los más que seguros males del
populismo.
Si hace unos días relatábamos cómo el electorado griego parecía premiar la aparente
insumisión de su ejecutivo, Europa ha realizado una exhibición de fuerza
cortando la financiación a los bancos que, cómo no, acaba pagando el de
siempre, que no es otro que el sufrido ciudadano.
Como ya
afirmábamos entonces, la ciudadanía griega parece sumida en un estado de
demencia colectiva. Si no recupera la cordura con éste latigazo en el bolsillo,
el país está condenado a la catástrofe y pasará de este primer aviso que es
hacer cola en los bancos, a la confirmación del desastre que supone hacerlo
para comprar alimentos, como ocurre en Venezuela, todo un muestrario de las
bondades y virtudes del populismo.
Para un
político populista (casi me atrevo a quitarle el adjetivo) el pueblo es un
medio, no un fin, pues no conoce otro que perpetuarse en el poder, por lo que,
mientras cuente con apoyo popular, no le va a temblar el pulso por conducir el
país a la ruina siempre que pueda seguir mandando, de modo que el elector no puede esperar otra sensatez de sus mandatarios que la que su voto pueda imponerle.
Ahora van y
les votan.